Escrito por Nightingale
Hoy, ahora es ayer. Y hoy, me envuelvo yo también en ese abrazo en el que vosotros os habéis envuelto.
Hoy, estaba matando al tiempo en mi cuarto cuando, al atardecer, una gaviota se ha posado en mi ventana. No es la primera vez que viene a visitarme pero esta vez ha sido diferente.
Cuando lo hace, suele hacerlo siempre a la misma hora pero esta vez, ha sido diferente.
Suele aparecer volando desde el horizonte y, acompañada siempre de la lluvia de esta ciudad, se posa en mi ventana, despliega sus grandes alas y salpica todo mi cuarto con millones de gotas de agua.
Hoy, ha sido diferente porque ha sido un rayo de sol lo que ha empujado a mi cuarto por las rejas de mi ventana.
De repente, me ha mirado sorprendida y me ha dicho que allí no me esperaba. Que no me sentía cerca y que si lo sabe, trae una nube negra con ella, llena de agua, colgando de una de sus alas. Me ha dicho que si lo sabe, hace de mi mundo una laguna mientras llena mi aire de bostezos de soberbia e indiferencia.
Yo, que ni siquiera la estaba observando, he desplazado mi mirada hacia ella y le he hecho saber que hoy eso no me importaba. Le he dicho que hoy, el tiempo suponía poco porque yo no estaba allí.
Estaba lejos: en casa.
Disfrutando de ese abrazo que dos amigos por fin, se estaban dando, llenando el aire de un amor puro que solo nace más abajo de la garganta.
"¿Y quién son esos dos amigos?". Me ha preguntado inquieta, brotando una llama de malicia de sus ojos.
"Solo voy a decirte que uno tiene el pelo completamente canoso, y el otro casi blanco".
"¡Entonces son como yo!". Me ha respondido rápidamente la gaviota con aires de arrogancia.
Yo la he mirado fijamente, y viendo la ira en mi rostro, la gaviota ha dado un paso atrás: "¿De qué te sorprendes?" Me ha respondido encongiendo sus hombros. "Yo traigo el agua a tu ventana y ellos son quienes la han puesto en tus ojos".
La gaviota ha abierto sus alas y se ha marchado.
Y yo me he quedado inmóvil. Paralizado, sorprendido y estático. Petrificado y exhausto.
Pensando.
Aún sentía ese abrazo que los dos amigos se han dado y no hay huella, presente ni pasada, de lágrimas en mis ojos.
Pero la gaviota no se ha equivocado porque siento que mi corazón ha llorado. Siento que estaba allí con ellos y que la maldita gaviota, desde la ventana, me ha despertado.
Me pregunto a mí mismo si ha sido un sueño sentirlos tan cerca, o será real que ese cariño que todos nos tenemos (engañando incluso a mi enemigo) ha emprendido un largo camino para posarse un rato en mi ventana y abrazarme unos segundos.
No sé lo que ha pasado.
Pero ha sido curioso que tal día como hoy (que ahora es ayer), por una ventana a la que la gaviota solo escupe agua, haya penetrado el brillo del rayo de sol más cálido que ilumina a la mañana.
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